Ruinas de Managua

 

 

 

 

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Lo que una vez fue una esquina bulliciosa en el viejo centro de Managua,quedó en escombros tras el sismo del 23 de diciembre de 1972. =>


     

Managua
Managua
    ruínas de MANAGUA


 
       

Definición poética de la ruina

Quizás no ha habido otro fenómeno natural más devastador para Managua que el terremoto de 1972, del cual la capital aún no se recupera completamente. Desde la primera mitad del siglo XX, Managua se había desarrollado progresivamente como una ciudad ordenada con cerca de 500,000 habitantes, con un moderno centro, el que para 1970, poseía dos rascacielos. Pero, a las 12:27 a.m del 23 de Diciembre de 1972, un terremoto con una intensidad de 6.3 grados según la Escala Richter, instantánea y completamente arrasó con cinco millas cuadradas del corazón de la ciudad. Pasado el terremoto, se podían apreciar los adornos Navideños que aún colgaban despedazados entre los escombros. Diez mil personas perdieron la vida, cincuenta mil hogares quedaron destruidos y la infraestructura de la ciudad entera quedó desbaratada formando parte de los escombros. Managua estaba sin agua, sin alcantarillado y sin electricidad. Los hospitales yacían en ruinas y las carreteras y calles estaban obstruidas con escombros. La estructura de hierro de los edificios que una vez se erigían en el centro, son actualmente visibles al norte de la capital.

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Managua es una ciudad realmente original. Si busca el centro de Managua, no lo encontrará:  no tiene centro. Ha sido destruido por el terremoto de 1972, y los problemas de la época hicieron que se postergara su reconstrucción. Con el paso del tiempo, la ciudad se desarolló en varias zonas, y ahora nadie está realmente interesado en reconstruir el antiguo Managua, cuyas ruinas permanecen como testigos del horror del sismo.

Si mira Managua desde las colinas aledañas, no ve más que árboles, pues la mayoría de los edificios son de un solo piso, y están cubiertos por la vegetación abundante de Managua; solo rebasan de los árboles pocos edificios y en particular el del Banco de América, edificio el más alto del país (foto a la izquierda) .  Managua, es tal vez la única capital campestre, Usted puede sentirse en el campo estando en esa ciudad. Otra curiosidad de Managua es su sistema de direcciones: algunas calles tienen nombres, pero nadie los conoce, se ubican con los puntos cardinales, partiendo de punto de referencia Conocido: de donde fue el Arbolito, una cuadra al Lago, y 25 varas arriba (arriba es el Este, abajo el Oeste, al Lago es hacia el Norte, solo para el Sur se usa la palabra habitual)

El Lago de Managua, hermano menor del Lago de Nicaragua embellece la ciudad, dándole el aspecto de un puerto. Esta topografía le asegura un futuro turístico prometedor a Managua, si se logra rescatar la orilla del Lago, y si se condiciona para el turismo. Esperemos que con el tiempo los managuas (habitantes de Managua) vuelvan a descubrir su lago.

Hasta el siglo pasado, Managua era un poblado, y creció rápidamente después de ser elevada al rango de Capital en 1852,  como resultado de una competencia para este papel entre Granada y León. Por esa razón, no tiene ningún barrio colonial, ni lo ha tenido.

De www.edicioneslupita.com/

 

HORIZONTE > viene de la pregunta 36.1

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Puede haber referencias a la Muestra Fotográfica: "Mitch: Cuando la imágenes hablan". Palacio de Cultura, 25 Octubre de 1999 (Huracán Mitch).

También, texto :

Managua, Nicaragua is a beautiful town

Managua Nicaragua is a beautiful town, you buy an hacienda for a few pesos down , decía la pegajosa letra del boogy que puso de moda en los años cuarenta la orquesta de Guy Lombardo, y que fue traducida al español en el sonsonete no menos idílico de Managua Nicaragua donde yo me enamoré...tenía mi vaquita, mi ranchito y mi buey...y mi mujer también . La Managua entre rural y provinciana, envuelta en colores de arrebol tropical donde para el ojo ajeno las haciendas eran tan baratas como las mujeres, desapareció para siempre, ya lo sabemos, junto con aquella otra, novia inocente del Xolotlán cantada en los corridos de Tino López Guerra, o en la nostálgica mezcla de corrido y huapango de Erwin Krüger, Barrio de Pescadores, nido de amores. Ya en los terribles sesenta, cuando Managua seguía ensuciando sin piedad las aguas de su idílico lago de celofán, el poeta Mario Cajina Vega sentenciaba que era un eufemismo decir que la capital le daba las espaldas al lago, si más bien defecaba sin pudicia en él. Era su excusado, como lo sigue siendo. Una ciudad fecal. Y después del terremoto que destruyó aquel refugio provinciano, y multiplicó las ruinas y los escombros, lo horrible se volvió la regla, la desarticulación, el desamparo, la acumulación de fealdades que la globalización ha venido a consumar con su exuberancia de símbolos comerciales transnacionales . Sumisión, calco. Un gusto arquitectónico en ruinas, una estética urbana en escombros , by passes como intestinos sueltos, pedazos de ciudad como un espejo quebrado a mazazo limpio, rótulos más altos que las palmeras. Una ciudad sin aceras, una ciudad para rodar; una ciudad donde hace tiempos fue olvidada la gente.

No existe Managua. ¿O existe? Un gran campamento, una gran extensión rural donde al apartarnos de las pistas de adoquín, entramos en dominios que son campesinos, matas de chaguites en los patios, gallos sobre los cercos de alambre, lodazales. Ripio, basura. Infinitas montañas de basura que aparecen hasta en los sueños. La Managua diurna del Mercado Oriental que hierve bajo el solazo en el día, confusión, maleficio, bisneros, bullaranga, fritanga. Y una gran Managua nocturna, oscura, secreta, que empieza a la hora en que salen los diablos y las diablas a relinchar en los burdeles, las cantinas, los bailongos, como apunta Frank Galich, la hora de los bazukeros y los huelepegas, de las reinas de la noche y de los reyes sin corona, de las falsas hembras y de los travestíes maquillados, la hora de las roconolas y de los cuchillos, de los pandilleros y de las salas de emergencia, la hora de los litigios en las estaciones de policía, la hora en que empiezan a llenarse de cadáveres desconocidos las morgues, y todo estalla y se enciende entre los fuegos fatuos de una vida nocturna paupérrima, la hora de las falsas ilusiones y de los pecados capitales de la capital que brillan como si fueran llagas, la hora en la que Salsa City se abre las venas como en la mejor canción de Julio Jaramillo, la Managua virgen de medianoche de Daniel Santos, los grandes santos del santoral arrabalero de las roconolas enfloradas como altares.

Esta es la sustancia de Managua Salsa City de Frank Galich, Devórame otra vez: la melodía que con insistencia perdularia nos persigue con cadencia de condena. Una Managua, o muchas, ¿cuántas Managuas? Todo se toca en extrema, extraña vecindad, los barrios de clase media prisioneros en su miedo, muros y rejas, alambradas, culos de botellas coronando las tapias, las fronteras son los cauces que resultan pasajes secretos de uno a otro mundo en esa noche sin fortuna de la Salsa City que cae demasiado pronto y se va demasiado rápido, azufre de diablos y almizcle de diablas, parapetos de bienestar y neón a raudales confundidos en la oscuridad de la miseria, lo falso y lo verdadero conviviendo de noche y de día, una tramoya, ciudad a la medida del crimen, el pequeño crimen de la barriada triste y la corrupción en flor que ya no escandaliza a nadie.

Pero esta es una novela de pequeños personajes, no de grandes capos. Los personajes sin nombre que desde que anochece ya están marcados para morir, viviendo una noche más de sus vidas que será la última, personajes que de una y muchas maneras vienen también del pasado de la guerra, y ven otra vez la violencia repetirse en sus vidas miserables, hechas nada más de ilusión.

Hay un lenguaje que se ensaya en este libro, y que vale la pena tomar en cuenta para experimentos futuros, ya no el lenguaje vernáculo de los cuentos de camino, sino el que nace de la noche, lenguaje también de aparecidos, seres de la noche sin fortuna, maleantes y prostitutas, ladrones y busconas, que hablan en el escaliche de las cárceles, en el argot de los rufianes, la clave del lenguaje en que la sentencia de muerte será pronunciada cuando la persecución que cesa con el alba, llega a su fin. Una clave de narrar que busca soltarse de los amarres tradicionales, y que entra en busca de otra dimensión, de otro paisaje, de otro escenario, como digamos, también, Un sol sobre Managua de Erick Aguirre.

Es ésta necesidad de búsqueda lo que saludo en esta novela premiada de Frank Galich. Managua invita a ser escenario de nuevas novelas. Tal como la conocemos, y tal como la ignoramos. Buscar como descubrirla en sus múltiples facetas es una tarea futura que ya esta novela empieza. Al fin y al cabo, la literatura se hace buscando, sin dar nada nunca por sentado. Managua está aquí entre nosotros. Hay que contarla, y hay que contar con ella.

(Presentación de la novela de Frank Galich Managua Salsa City, Premio Centroamericano Rogelio Sinán 2000)

Managua, enero 2001. www.sergioramirez.org.ni

 

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