PREGUNTAS....

Foto de los eco-guerreros subidos a los árboles para evitar la construcción de la variante de circulación de Newbury, uno de los proyectos viarios más polémicos de los últimos años (Berkshire, Inglaterra, autor: Andrew Testa, 1996

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Preguntas ... en proceso, pronto estará disponible, por el momento he aquí un anticipo :

SOBRE EL DERECHO AL ORDEN Y EL DERECHO A LA PARTICIPACIÓN

Contraplanes, presupuestos participativos, técnicos de oficio

¿Por qué este término, participación, reaparece una y otra vez de todo intento de supresión o falseamiento; sobrevive a su afirmación demagógica; resurge tantas veces como es abismado?

Lewis Mumford entendía que la ciudad se ha hecho para el diálogo entre los ciudadanos: “Acaso la mejor definición de la ciudad –escribió-, en sus aspectos más elevados, consiste en decir que es un lugar destinado a ofrecer las mayores facilidades para la conversación significativa”. ¿Cabe pensar un urbanismo decente que no sea radicalmente democrático, que no suponga un resurgir enérgico de la participación?

¿Quién tiene derecho a participar ? Y de quienes lo tienen, ¿lo poseen todos en el mismo grado? ¿Tienen el mismo derecho a participar quienes viven en el barrio hace décadas y los inmigrantes que acaban de llegar? Más aún: ¿tienen el mismo derecho quienes pretenden (o no tienen más remedio que quedarse a vivir en él por mucho tiempo y quienes esperan la primera oportunidad para abandonarlo?

¿Es la participación en el proceso general público un signo de clase (un indicador de pobreza)? ¿No van los poderosos directamente a los despachos?

¿Cómo no sublevarse contra un urbanismo cuya única preocupación parece ser, demasiadas veces, el reparto de los beneficios del negocio inmobiliario? ¿No se presta excesiva atención a un aspecto que debería ser muchísimo menos relevante?

¿No se participa sólo en las migajas? ¿No debería incluir la democracia el acceso abierto, la participación voluntaria, la libertad para expresar opiniones y para discutir; pero también la de criticar el modo en que el poder gubernamental está organizado?

Si la exposición pública del urbanismo no es bastante, ¿qué formato adoptar para la participación? ¿No son necesarios nuevos “espacios de encuentro”, tanto lugares físicos, donde pueden interactuar urbanistas y ciudadanos, como espacios de debate donde centrar la discusión?

De hecho, ¿no son los presupuestos participativos, la asignación abierta de recursos públicos municipales, el mayor impulso de este tipo de procesos? ¿No acabarán integrando a los demás procesos participativos de todo orden?
¿Al hablar de participación, hablamos siempre de lo mismo? ¿A qué responde tanta literatura sobre la participación, a qué ese rechazo del caso único, cada ciudad es única, singulares son las circunstancias de cada caso, si siempre derivamos en fórmulas de participación muy parecidas?

La participación, ¿siempre obliga a poner por delante el corto plazo sobre el largo plazo, menos pensamiento que sentimiento? ¿Cómo incorporar novedades cuando la herramienta de la gente es el sentido común?

¿Puede contribuir la participación a reaccionar frente a la tiranía del pensamiento único? ¿Cuál ha de ser el motor? ¿El coraje cívico?

¿Cómo participar en algo que requiere a la vez compromiso técnico e implicación poética? Pues ¿cómo se argumenta la belleza?

¿Somos conscientes de los riesgos del exceso de información visual? La información visual de los nuevos medios, que asalta el corazón de masas y minorías, ¿perturba el conocimiento, transmitiendo una imagen del mundo y un repertorio de conductas sin necesidad de largas declaraciones ni de pasar por la aduana de las facultades raciocinadoras, discursivas y abstractas? Los efectos del discurso verbal varían enormemente según el bagaje cultural de los receptores, pero los efectos de la información visual sacuden de una manera infinitamente menos diferenciada. ¿Son preferibles para el urbanismo?

Dijo Fellini: “La televisión, en lugar de dar información o cultura, lo destruye todo, como una inundación, como una tempestad”. ¿Qué nos cabe esperar? En un mundo disuelto en una lluvia de insignificantes fantasmagorías, ¿qué suelo nos queda firme? Entre un piélago de imágenes y una continua oleada de palabras, bajo una avalancha de información, pero sin tiempo para reflexionar, ¿qué razón nos queda?

El sistema planificador, ¿depende de la tecnoestructura? Si es harto conocida la capacidad del sistema para adaptar los fines de la sociedad a los suyos propios, ¿cómo defendernos? ¿No es signo de cultura y razón ahondar al máximo el vacío entre pregunta y respuesta, demorándose?

Tres ciudades. De la ciudad del príncipe a la del último ciudadano

La ciudad antigua se construía a imagen y semejanza del príncipe. Era la ciudad del orden, la que muchos tienen todavía en la cabeza como ideal. Se construía mediante un proyecto.
La ciudad moderna es la de las mayorías. La del bien común y la técnica de la estructura urbana. Que utiliza con profusión la metodología científica, la matemática, la estadística. De lo que se trata en ella es de adecuar el conjunto urbano a las necesidades de la mayor parte de la población.
Las diferencias entre una y otra no se explican sólo por la evolución del diseño o del gusto. Los cambios han sido más profundos. De hecho, desde principios del siglo XVIII a finales del XX había cambiado por completo el modo de pensar la ciudad. Dicho en lenguaje grandilocuente, hubo una sustitución del paradigma urbanístico.
Ahora se intuye un cierto agotamiento del modelo de ciudad de las mayorías que ha tenido una extendida vigencia. Los derechos económicos y sociales, que constituyen el núcleo del “derecho a la ciudad”, no prosperan: hay evidencias aplastantes en todas las ciudades, del 2º al 4º mundo. Y los instrumentos urbanísticos al uso no sólo no atajan la injusticia, no la dulcifican, sino que puede decirse que contribuyen a acentuarla. El urbanismo no se mueve, no progresa. Atascado en su mundo, parece ensimismado.
Hace falta una nueva idea de ciudad. Si la primera apuntaba al orden, y la segunda a la democracia, ahora parece necesario centrarse en el derecho. Pues no cabe sacrificar ningún derecho de ninguna persona, por mucho que tal privación pudiese beneficiar a la mayoría.
Y así, cuando no bastan las declaraciones bienintencionadas, se ha de pensar en un nuevo paradigma, una tercera idea de ciudad. Definir un “urbanismo del derecho” para que el último ciudadano, aquél que antaño era menos que súbdito, y que hoy queda fuera (por abajo) de las mayorías, pueda usarla con dignidad, vivirla con descanso. Cerrar un ciclo: de la ciudad del príncipe a la del último ciudadano.

La estupidez urbana

Podrían parafrasearse los cuatro tipos de personas que estableció Carlo M. Cipolla en su Allegro ma non troppo , aplicándolos al urbanismo. Y hablar así de un urbanismo ingenuo (aquel que causa perjuicio a sus promotores, beneficiando a los demás); inteligente (aquel que beneficia tanto a sus promotores como a los demás); malvado (el que obtiene beneficios para sus promotores, perjudicando a los demás); y estúpido: el que causa pérdidas a unos y otros, incluso a sus promotores. Muchos piensan que el problema del urbanismo es que está dominado por envilecidos especuladores. Pero se ven algunas actuaciones que nos hacen dudar. ¿Realmente domina el urbanismo malvado, o hay razones para pensar que es el estúpido el que más se extiende?